Jack y Barbara

Jack y Barbara from Blogotheque

Ese día Jack y Barbara parecían como si se estuvieran queriendo desde el primer día. Se sonrieron, parecían felices de estar ahí en esa tarde soleada de abril. Ellos son los abuelos que todas las personas quisieran tener.

Jack y Barbara estaban de pie en contra de la ventana azul de una tienda en Montmartre, él tenía una cerveza en la mano y ligeramente la puso en el suelo con sus grandes manos temblando. Ella traía un hermoso vestido como si asistiera a la boda de uno de sus hijos en los Hamptons, al este de Long Island.

Ella tenía esa clase que sólo las damas de su edad poseen, una mezcla de benevolencia y chic que inspira respeto y cortesía. En las muchas arrugas en sus rostros, uno podría imaginar la historia de sus vidas…

De joven Barbara era sublime, una de esas chicas con pómulos altos y cutis perfecto que daba envidia y a la vez, muchos admiran. Probablemente vivía en uno de estos grandes hogares estadounidenses con un patio y columnas en la entrada. Su padre había trabajado mucho, antes de su fortuna, estaba a la cabeza de una empresa de materiales de construcción o una cadena comercial probablemente. Para ella su vida ya estaba hecha sin problemas, pero Barbara no era ese tipo de chica que está esperando que sus padres la ofrezcan en bandeja de plata. Ella fácil habría podido trabajar en una agencia de publicidad o un estudio de cine. Ella pudo haber sido Miss Texas.

Jack también era muy bello. Un tipo grande cuya amabilidad hacía que brillara su cara. Provenía de una familia menos privilegiada, pero había escalado a través de las filas y posiciones y se convirtió en un co-conductor para el PanAm industries, ¿o tal vez él era un actor? o agente de ventas para Hoover. En cualquier caso, por su vestuario, tuvo que trabajar mucho, sin duda se había vuelto gerente o se había hecho de alguna posición alta. Nació poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Sobre Jack y Barbara ciertamente eran recuerdos solamente vagos

Ellos se cruzaron en la piscina de un hotel de lujo, donde Barbara había venido a pasar el fin de semana con la familia. Debió de tener 19, tal vez 20 años, y seguramente con uno de esos trajes de dos piezas que destacaba su delgada cintura. Jack bebia un whisky apoyado en la barra, agotado por la diferencia horaria de Londres – Los Ángeles y por el viaje que había hecho. Él vino para celebrar un nuevo contrato. Ella se acercó al lugar para pedir un vaso de limonada. Él sonrió e hizo un pequeño comentario, de esos de los que a veces te cambian la vida, se habían mirado a los ojos, la había hecho reír. Con la certeza de querer pasar sus vidas juntos, se casaron a los pocos meses.

Ciertamente tenían dos, no, tres hijos. John, Susan y Paul, todo por ver a Paul Newman en The Hustler durante el año entero que se conocieron. Se habían mudado a una casa grande en las colinas de San Francisco o en un apartamento en Nueva York. A no ser que en vez de eso se hayan comprado una antigua granja en Alabama. Me imaginaba que tenían un columpio en su patio trasero y donde pasaban sus largas tardes de verano acurrucados unos contra otros.

Se les ofreció una de las primeras lavavajillas modernas. Tenían un perro, divertido, el cual había fallecido desde hace mucho tiempo, logrando sacar lágrimas de los ojos de Jack, extraño, ya que nunca había sido capaz de llorar, desde luego debe tener una foto de su perro en la cartera justo al lado de la de Bárbara, capturando toda su belleza en alguna parte de Hawái durante uno de los viajes que les habían ofrecido.

Seguramente pasaban sus inviernos en los Cayos, Florida, desde que se habían retirado, en donde sus amigos, George y Judy, se reunieron con ellos para tomar un cóctel y jugar Yahtzee. Su hija había sido contratada por un grupo financiero grande en Inglaterra y se casó con un joven escritor nacido en Siena donde habían sido invitados varios veranos. O era francés lo cual explica sus presencias aquí en la primavera, a menos que sus hijos, nietos y sus amigos les hayan ofrecido un viaje a París donde el azar les había traído precisamente a ese lugar.

Cualquiera que sea la razón, Jack y Barbara estaban de pie en contra de la ventana azul de esa tienda en Montmartre, rodeados por Mikhael Paskalev y su tropa que les cantaban “Sayonara Saigon” justo antes de estar en un parque cerca de la basílica del Sagrado Corazón en Francia con el sonido de “Bad Boy”, una nueva canción que nunca había tocado, el artista noruego quería celebrar a la pareja donde estaban todos imaginando la vida.

Ellos son los abuelos que todas las personas quisieran tener, parecían estar felices de estar ahí, en esa tarde soleada de abril. Se sonrieron, y se veían como si se estuvieran queriendo desde el primer día.

Fuente: LA BLOGOTHÈQUE